La dinastía de los Romanov reinó en Rusia entre 1631 y 1917. Aunque las importantes figuras de Pedro I el Grande, constructor en tiempo récord de San Petersburgo, y de Catalina II, la gobernante visionaria y constructora del poderío y prestigio de la Gran Rusia, siempre fueron valoradas, ahora regresan a la memoria colectiva de las epopeyas de Pablo I, que mandaba disparar cañonazos con cualquier pretexto; de Alejando I, quien, según la leyenda, fingió su muerte para terminar sus días como un monje ermitaño. También de Nicolás I, el "zar de hierro", duro y autoritario, sí, pero que no podía haber actuado de otra manera para enfrentar la red de influencias secretas que vulneraban a la monarquía. Su hijo, Alejandro II, emprendió generosas reformas sociales, pero murió víctima de un atentado, en un destino trágico que envolvería no solo al último zar del imperio ruso, Nicolás II, sino también a su esposa y sus cinco hijos, asesinados en 1918.
Desde el histórico pedido de perdón de Boris Yeltsin en 1998, por "los crímenes del bolchevismo, del estalinismo y de sus sucesores", toda una época sale del olvidado después de años de desinformación y versiones falsas, sin odios ni prejuicios. De Pedro el Grande a Nicolás II, el mundo de hoy redescubre a los líderes del antiguo imperio, quienes forjaron el camino del país más vasto del mundo.