Una de las frases insignes de Stalin reza: «Los principios vencen, los principios no se concilian». Pero
¿Qué ocurre cuando un principio se demuestra materialmente viciado y, de hecho, llega a suponer el total fracaso de la doctrina? ¿Qué hacer cuando, en este caso, se traduce en el descalabro histórico de un Estado como la URSS y en la anulación política de sus acríticos imitadores, para mayor gloria del sistema al que se enfrentaba?