Tras el cerco de Pamplona (1521), un soldado convaleciente contempla en su castillo de Loyola la luz de la herida que a punto estuvo de costarle la vida. El ávido lector de novelas de caballerías, galán y mujeriego, se sumerge en los devocionarios y encuentra una tranquilidad de espíritu desconocida. Se convierte en predicador popular, la Iglesia oficial le exige titulación académica para hablar de Cristo, el Santo Oficio le muestra su antipatía, al momento trata de cumplir con el trámite y se matricula en la universidad de Alcalá, cuna del humanismo, luego pasa a Salamanca, garante de la tradición, después a París y, entre las clases en la Sorbona, congrega en Montmartre a los primeros miembros.