LA SUCESIÓN DICTATORIAL DE 1911: Si la revolución de 1910 ha de ser eficaz en algo, debe producir irremisiblemente un gobierno mejor que el autocrático del general Díaz. Pero ya hemos visto que D. Francisco Madero, cegado por la ambición o enloquecido por un falso concepto de la propia grandeza, ha creído que el país se alzó en armas y se inundó de sangre y se expuso a todos los riesgos que desde hace un año lo acechan desde las márgenes del río Bravo, tan sólo para que él, Madero, se instalara en el viejo palacio virreinal y se ungiera dictador.