Los tiempos cambian. Antes ni pensar en rezongar o retar a los padres y maestros. Nos dominaban con la mirada, les hablábamos de usted y les temíamos, pero "andabamos derechitos". Hoy, no deseamos que los hijos nos teman, queremos que nos tengan confianza, nos cuentne lo que les pasa y nos vean como sus amigos. Pero nos retan, no respetan límites y algunos maestros nos previenen: "yo lo voy a tener un año, pero usted lo va a tener toda la vida".
Por qué son así, si todo les damos y su única función es estudiar. Nos desespera que no obedezcan, no hagan la tarea, los reporten en la escuela y nada más quieran estar acostados viendo televisión. Creen que tienen puros derechos y ninguna obligación y, por más que se les habla, no hacen caso.
Necesitamos entenderlos y ponerles límites; para lograrlo, los padres y maestros disponemos de la autoridad, el amor y el perdón. La autoridad entendida como la habilidad para evitar las conductas negativas que, de permitirlas, los vamos a sufrir y los hijos no son para sufrirlos, son para disfrutarlos toda la vida. Es autoritarismo cuando la usamos para volcarles nuestra ira, y a mayor autoritarismo mayor rebeldía.
Al amor lo necesitamos para enseñarles a protegerse y al perdón para responder a su reproche de "yo no te pedí nacer": "hijo perdóname por los errores que cometí en tu educación, te aseguro que ninguno fue con la intención de lastimarte y ahora que vas tomando tu vida en las manos, a ti te corresponde superarlos".