Werner Jaeger afirma que sin Demóstenes "no es posible entender la funesta lucha intelectual y política de Grecia en el siglo IV a.C." Jaeger demuestra que la figura de Demóstenes ha sufrido el efecto deformante de dos malinterpretaciones decisivas: una, la filológica, que rescata el puro brillo de su oratoria; la otra, histórica, que lo coloca en la contracorriente que opone al curso implacable de los hechos un esfuerzo incomprensivo y estéril.