Tanto el nazismo como el comunismo fueron reacciones a la globalización: a las desigualdades reales o imaginadas que creaba, y a la aparente impotencia de las democracias para afrontarlas.
Eran movimientos en los que un líder o un partido decían dar voz al pueblo, prometían protegerlo de alas amenazas globales existentes y rechazaban la razón en favor del mito.