Jessa Crispin cree que, en algún momento de su trayectoria, el movimiento de liberación de la mujer sacrificó sus principales objetivos a cambio de lograr cierto grado de aceptación por parte de la sociedad, y a partir de entonces se fue degradando hasta caer en la irrelevancia, la banalidad y la cobardía. Con su libro Por qué no soy feminista, Crispin pretende que el feminismo recupere la acidez y la fuerza de sus inicios.