Nos hemos hecho extraordinariamente sensibles. Descubrimos formas de sufrimiento dondequiera: en la educación, en la familia, en el lenguaje, en la publicidad. Al mismo tiempo, procuramos ocultar, disimular de algún modo las viejas, inalterables formas de dolor, contra las que no tenemos nada que hacer. Con mayor o menor exageración, nuestra sociedad se escandaliza por los más insospechados matices de la discriminación, pero no sabe qué hacer, qué pensar frente al suicidio.