Hace tiempo, si un funcionario robaba, podía comprarse un coche o construirse una casa nueva, pero eso era todo. Si continuaba robando, el dinero se acumulaba hasta que no quedaba espacio donde ocultarlo o se lo comían los ratones. Pero, entonces, a un reducido grupo de banqueros londinenses se le ocurrió una gran idea: los paraísos fiscales, lugares imaginarios donde el dinero podía moverse libremente. Esta innovación dio lugar a una ingente cantidad de riquezas ocultas que esquivan las leyes para proteger a sus poderosos dueños.