En el Derecho y en la literatura la imaginación es primordial. La letra literaria y la letra legal, por ejemplo, brotan de la misma fuente. En efecto, el jurista que se queda apretado contra la mera letra de la ley, sujeto rígidamente a su forma legal, es y será siempre un abogado a medias; le faltarán las dotes de la imaginación y de la interpretación. Hay que imaginar sobre lo escrito, hay que interpretar al escritor sin caer en el pozo de la arbitrariedad interpretativa que tan a menudo se desvía de los veneros en que se inspiró.
Invariablemente hay un libro, que muy pocos saben leer, entre las líneas de lo escrito. La letra legal es primero letra, littéra, es decir, signo gráfico que emplea como medio de expresión una lengua. En consecuencia la letra legal es literatura. Esta relación biunívoca la entiende perfectamente Carrancá y Rivas, por herencia y por vocación, y la lleva a todas sus consecuencias cuando escribe sobre el Derecho con la elegancia de un gran literato o cuando, como en El hombre y la cárcel (el drama de Oscar Wilde), nos deleita con el análisis de una obra literaria haciendo uso de una hermenéutica que revela las intersecciones entre la literatura y el Derecho, llegando a los niveles metafísicos que también alcanzan estos dos bienes culturales cuando están en manos de alguien que los ama y los respeta como lo hace él.