El 15 de octubre de 1917, a los 41 años, con una serenidad inusitada, Mata Hari, la fascinante y seductora bailarina oriental, acusada de espionaje y de haber trasmitido informaciones francesas al servicio secreto de Alemania, fue ejecutada en París. Iba vestida de negro y maquillada como para una gran ceremonia; no permitió que le vendaran los ojos ni ataran sus manos y miró sin rencor al pelotón de fusilamiento. El silencio de la aurora se rompió con el estallido de los disparos que terminaban con una leyenda, iniciándose así el enigma, el mito de Mata Hari. De doce tiradores, sólo cuatro dieron en el blanco y sólo uno en el corazón: como nadie reclamó su cadáver, los estudiantes de medicina lo emplearon en su clase de anatomía; su cabeza fue embalsamada y permaneció en el Museo de Criminales de Francia hasta 1958 en que desapareció. Después de su muerte, la polémica continuó debido a las dudas existentes sobre su culpabilidad; su ejecución dio más fuerza a ese mito.