Desde la mitad del siglo XVIII, una parte medular de las propuestas de los economistas clásicos, como la de Smith, se ha sustentado en una antropología en la que, como contrapartida del sistema de mercado autorregulado, habría un agente económico con una conducta tendente a buscar el mayor beneficio, un ser egoísta, racional y "maximizador" de ganancias: el Homo oeconomicus.