Cuando el 20 de Agosto de 1940 Ramón Mercader hundía el piolet en el cráneo de Trotsky quizá buscaba destruir el cerebro, las ideas y el espíritu rebelde e incorruptible del revolucionario; se pensó que con su muerte sería destruido. Sin embargo, Trotsky, que junto a Rosa Luxemburgo se oponía a la creación de un partido centralizado -defendido por Lennin-, porque advertía el peligro de que esa organización anulase la vida interna y favorecía la dictadura de unos pocos, superaría su propia historia y al paso del tiempo su ideología cobraría más fuerza y actualidad. A setenta años del asesinato del revolucionario más importante del siglo XX, es innegable que su pensamiento sigue siendo actual, rebasando la dimensión estrictamente política e ideológica.