En la convulsa Caracas, Armando, de 50 años de edad, dueño de un laboratorio de prótesis dentales, busca chicos jóvenes en paradas de autobús y les ofrece dinero para que lo acompañen a su casa con el fin de observarlos.
Tiene también la costumbre de espiar a un hombre de edad avanzada: sabe dónde vive, qué lugares frecuenta; entre ellos hay un vínculo que se remonta al pasado.