El príncipe se puso a la cabeza de las pesquisas. Cada casa fue abierta, cada doncella fue humillada al no poder calzarse la zapatilla, hasta que llegó el turno de la mansión de las hermanastras. El séquito del soberano se apeó de sus caballos y disparó flechas contra las nubes, que parecían esquivarlas. Por la ventana del cuarto de Zezolla, entraba y salía una multitud de cuervos.