Aunque solemos vivir rodeados de muchas personas, conocidas y desconocidas, la única convivencia permanente es con nosotros mismos. Con frecuencia nos envuelve el barullo, el ajetreo cotidiano y descuidamos la relación interna, casi la rehuimos; no nos damos tiempo para cerrar los ojos, los oídos, y encerrarnos en el encuentro con nuestra persona.