El día en que Erin se tropieza mientras corre parece un simple accidente, pero en realidad es el punto de quiebre: aquí comienza el desmoronamiento. Mientras espera que alguno de los transeúntes —malvados o distraídos— se apiade de ella, la verdad la golpea: soy hija de mi marido. Tal vez sea el destino o la señal que llevaba tiempo esperando: encontrar la grieta por donde escapar de una vida aparentemente perfecta al lado de su esposo y su hija.