Son las dos de la madrugada y miro el baile de las llamas en la estufa. Me siento en paz. Nada ni nadie me espera. La pandemia cerró de un portazo todo aquello que me tenía tan ocupada: familia, viajes, trabajo. Nunca había vivido así, sin correr decidida hacia algún lugar o con alguna excusa. No sabía parar. Hasta ahora. Por fin puedo quitarme el escudo, deponer las armas, quedarme desnuda. Cayó el telón, se apagó la música.