La crisis de la mitad de la vida nos llega a todos en algún momento. Y lo que es peor: lo hace sin avisar. Nos planta de frente ante las preguntas incómodas que creíamos tener resueltas, nos provoca un desconcierto existencial difícil de entender y nos expone a una dura realidad: lo que hemos hecho o logrado no ha sido capaz de colmar el ansia de plenitud y felicidad que anhela nuestro corazón.